CUARENTENA DESDE MI BALCÓN
La cuarentena ha traído consigo un cambio inesperado a gran magnitud en el diario vivir de todos y cada uno de nosotros, limitándonos a permanecer en un espacio cerrado en pro del bienestar general. Con ella, congelamos nuestras rutinas, cancelamos muchos proyectos, aceptamos nuevos retos y activamos un espíritu de supervivencia.
Estar en casa al principio se nos hizo algo fácil puesto que en nuestras mentes mantuvimos una certeza de que sería por corto tiempo, por ello permanecimos y permanecemos atentos a las entidades competentes que nos informan día a día, esperando poder escuchar que todo terminó. Sin embargo, al ver pasar el tiempo comienza nuestra incertidumbre sobre nuestro futuro y empezamos a visualizar el hogar no sólo como el lugar más seguro del mundo, sino como una prisión…, una que controversialmente nos mantiene a salvo.
Es ahí donde comienza una nueva rutina, lavarse las manos constantemente, revisar las noticias, desinfectar los espacios, sentarse a admirar siempre lo mismo… Todo se vuelve como las manecillas de un reloj, que de una manera repite y repite siempre el mismo giro…
Al tener nuestro hogar como el único entorno asequible, comenzamos a detallar hasta los mínimos aspectos de nuestro hogar en aras de algo diferente. Comenzamos entonces una reflexión profunda sobre nuestro entorno en general, sobre los objetos que tenemos, sobre cuán iluminados u oscuros son nuestros espacios, sobre quienes nos rodean, las actividades de nuestros vecinos y nuestros hábitos diarios. Es increíble cuán cantidad de cosas descubrimos al sentarnos a observar aquello que ignoramos en la carrera constante y el ajetreo de nuestras rutinas laborales o escolares, solo con una mirada desde mi balcón logro ver una cantidad de cosas que me hacen reflexionar al día de hoy y saber qué tan libres éramos y que tan felices pudimos ser y no lo sabíamos.
A través de esta serie, se busca reflejar esos sentimientos de reflexión, soledad, desosiego y esperanza al mismo tiempo, que en el presente nos unen y nos convierten en una singularidad, identificados por un solo sentimiento y un solo propósito: sobrevivir.